martes, 16 de febrero de 2010

En 1992, por fin, mi primera novela: "Novia que te vea"


Nunca he conocido a ser humano más natural y espontáneo. Rosa Nissán se adapta a la vida como una planta a la tierra, al sol. Novia que te vea es su primera novela y cualquiera de nosotros estaría orgulloso de firmarla. Si no nos tomáramos tan en serio podríamos pintar nuestra infancia, nuestra juventud como un jubiloso descubrimiento.

Pero he aquí que no tenemos la capacidad nissaniana de enamoramiento, tampoco sabernos cuán cachonda es la tierra, ni oímos el lento paso del tiempo en las campanas de la iglesia, ni caminamos en los meses de lluvia en las veredas del Desierto de los Leones.

A Rosita siempre la alumbraron con el candelabro de siete brazos y no vio más estrella que la de David. Hasta que de pronto se convirtió en puras astillas de estrellas y el judaísmo fue una astilla más en el espacio sideral. Regresó a sí misma y ya no era la niña de antes, la hija de judíos, en colegio de puros judíos, la de una comunidad aislada.

Era la misma rosa de Jericó pero sus pétalos más carnosos, más sabios, más frondosos se habían expandido hasta abarcamos a todos. Su única regla de conducta: su amor a los demás, sus manos cálidas, su sonrisa, su candente originalidad de solecito redondo que va rodando gozosa por todas las páginas de su novela, liberándonos al liberarse y dándonos el libro más fresco, más límpido, más puro, más intocado de estos últimos años.


Luego... la película